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lunes, 14 de abril de 2025

12 beneficios de acudir a un acto cultural.


Por Cesáreo Silvestre Peguero


1. Fomenta, apoya e incentiva al autor de la obra, reconociendo su esfuerzo creativo y su aporte a la sociedad.

2. Contribuye a promover la cultura, fortaleciendo la identidad y el patrimonio de tu comunidad.

3. Desarrolla aún más tu capacidad de socializar, al interactuar con personas con intereses similares.

4. Permite reencontrarte con personas que hacía tiempo no veías, reavivando amistades y afectos.

5. Esparce tu mente y rompe con la rutina diaria, ofreciéndote una experiencia enriquecedora.

6. Enriquece tus conocimientos y te distraes sanamente, cultivando el espíritu y el intelecto.

7. Si estás soltero o soltera, puedes conocer personas nuevas, abriendo puertas a nuevas amistades o vínculos afectivos.

8. Aprendes nuevas expresiones y amplías tu vocabulario, lo cual mejora tu comunicación y cultura general.

9. Estimulas tu imaginación e inspiración, despertando en ti el deseo de también ser creador o creadora.

10. Contribuyes con la economía local: llevas tus zapatos al limpiabotas, tu ropa a la lavandería, visitas la peluquería o el salón, tomas transporte público o caminas hasta el lugar del evento. Todo movimiento genera impacto.

11. Disfrutas de un brindis sin tener que pagar nada, en un ambiente de cortesía y buena compañía.

12. Ejercitas tu mente al agendar y organizar tu asistencia, comprometiéndote con la puntualidad y el hábito de participar en actividades edificantes.

Con mucho gusto, Cesáreo. Aquí tienes el texto corregido, ordenado y con un estilo más fluido y profesional, manteniendo su tono periodístico y cultural:

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San Pedro de Macorís._

La Fundación Cívica y Cultural Periodismo Con Sentido, que preside el documentalista y escritor Cesáreo Silvestre Peguero, anunció la proyección del documental audiovisual titulado Vocación de servicio en el honorable coronel de los Bomberos, Víctor Avelino Uribe.

Esta producción periodística destaca el desempeño ejemplar que, durante más de treinta y cinco años, ha asumido el ex subintendente y precursor del Patronato de Ayuda a los Bomberos de San Pedro de Macorís.

Desde el año 1986, Víctor Avelino Uribe ha sido un referente de entrega y compromiso en diversas instituciones sociales. Se ha destacado en las Sociedades Mutualistas y ha ocupado varias funciones dentro de la Logia Industria, donde, en el seno de la masonería, ha ostentado el título de Venerable Maestro con el grado 33.

En el documental, amigos y familiares ofrecen conmovedores testimonios sobre la trayectoria de vida de este célebre personaje, cuya vocación ha dejado huellas imborrables en la comunidad petromacorisana.

El audiovisual, de aproximadamente cuarenta minutos de duración, será proyectado el jueves 1.º de mayo del año 2025, a las 6:00 de la tarde, en las instalaciones del Cuerpo de Bomberos BX2, ubicado en la carretera San Pedro–Romana.

Esta obra fílmica es una producción del periodista y escritor Cesáreo Silvestre, quien previamente ha realizado importantes trabajos documentales como:

Historia de los cantantes del género bachata Marino Pérez y Ramón Torres, Crónica audiovisual narrativa de los comunicadores Leo Martínez y Luis Manuel Medina, Legado histórico del sindicalista José Blanche, Trascendencia sacerdotal de Fray Máximo Rodríguez, Documental de una señora ejemplar, Historia del municipio Ramón Santana, Destino de un joven evangélico, Personajes históricos de San Pedro de Macorís, Causas y consecuencias del aborto en las adolescentes, Historia de la industria azucarera y El legado de la humanista Sonia Iris Reyes, entre otros.

El prólogo de este nuevo trabajo cultural e histórico ha sido escrito por el exsíndico y escritor Sergio Cedeño.

El evento será totalmente gratuito y abierto a todo público. Los asistentes disfrutarán de un brindis y de una participación artística especial.

En Memoria del ambientalista Ing. Raúl Lebrón


Por Cesáreo Silvestre Peguero 


Queridos amigos, estudiantes  y familiares,  ciudadanos todos:


Hoy nos reunimos bajo el manto del respeto y la gratitud para rendir homenaje a un hombre cuya vida fue una siembra constante de conciencia, de amor por la tierra, y de inquebrantable defensa de los recursos que Dios nos dio para administrar con sabiduría.


Ha partido de entre nosotros un ecologista ejemplar, un hombre cuya voz se alzó no por fama ni por intereses, sino por convicción. Su causa fue el medio ambiente; su herramienta, la enseñanza; su trinchera, cada escuela, cada plaza, cada conversación que tocara el corazón de un joven.

Lo vimos hablar con pasión a niños y adolescentes sobre el valor de un árbol, la importancia del agua, el milagro que es la creación. Nunca claudicó en sus principios éticos, aún cuando el cansancio físico, la enfermedad y las limitaciones económicas tocaron a su puerta. Antes bien, se aferró con más firmeza a su misión, sabiendo que proteger la naturaleza no es solo una causa, sino un deber moral.

Su lucha no fue fácil. Vivió tiempos de indiferencia, de burlas, de abandono institucional. Pero jamás permitió que su voz se apagara. Siguió instruyendo, siguió alertando, siguió sembrando esperanza en la tierra seca de los corazones distraídos.

Dice la Palabra del Señor en romano capítulo 5, verso 3 al 4: “Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza.” Y así fue su vida: tribulada, pero paciente; probada, pero llena de esperanza. Esperanza en una nueva generación consciente, valiente y comprometida.

Hoy, sus manos descansan, pero sus obras hablan. Sus palabras viven en los cuadernos de los estudiantes, en las semillas que plantó, en las conciencias que despertó. Y su legado no será olvidado, porque quienes luchan por lo eterno, nunca mueren.

A su familia, nuestro abrazo. A sus compañeros de causa, nuestra promesa de continuar. Y a él, que ya descansa en la presencia del Creador, nuestro más profundo reconocimiento y gratitud.

¡Gloria a quien vivió defendiendo la vida en todas sus formas! Que su ejemplo nos guíe, y su memoria florezca en cada bosque, en cada río, en cada corazón que aún crea que otro mundo es posible.




Hipocresía Burguesa: El Velo de los Méritos Personales en San Pedro de Macorís


Por Cesáreo Silvestre Peguero 


San Pedro de Macorís, tierra rica en historia, cultura y resistencia, es también hoy escenario de una triste paradoja: mientras la ciudad se desangra en múltiples frentes sociales, ambientales, educativos y éticos, una parte significativa de su clase predominante vive encerrada en una burbuja de apariencias, donde lo que prima no es el servicio al prójimo, ni el desarrollo común, sino la construcción de un pedestal personal desde el cual recibir aplausos vacíos y galardones sin alma.


Quien camina por nuestras calles, conversa con la gente trabajadora, y se detiene a observar las grietas invisibles de esta ciudad, pronto se da cuenta de que la verdadera grandeza no se encuentra en los salones refrigerados donde se entregan placas y reconocimientos, sino en las aceras calientes donde los rostros comunes luchan día a día por sobrevivir. Sin embargo, para la llamada burguesía petromacorisana, el verdadero compromiso ha sido reemplazado por el deseo constante de protagonismo, por la obsesión de figurar, de ser citados, fotografiados, exaltados... aunque no hayan hecho nada que realmente amerite ello.


Lo que duele y no de forma abstracta, sino como una herida que no cierra es la hipocresía institucionalizada. Muchos de los que se autodenominan “líderes de opinión”, “gestores culturales”, “empresarios filántropos” o “representantes de la sociedad civil” solo aparecen cuando hay cámaras encendidas o micrófonos disponibles. Hablan en nombre de causas que no conocen, levantan banderas que jamás han defendido y se colocan medallas por logros que nunca sudaron. Son, en esencia, administradores del ego propio, no del bien común.


Esta élite social, en lugar de actuar como guía moral o fuerza transformadora como históricamente se espera de cualquier clase dominante con responsabilidad, ha optado por una pasividad selectiva. Se movilizan únicamente cuando hay rédito personal, cuando el evento garantiza visibilidad, cuando pueden ampliar su red de influencia. Pero cuando se trata de defender a un comunitario perseguido por denunciar injusticias, de respaldar una lucha ambiental que desafía intereses económicos, o de acompañar en silencio a un joven que clama por educación digna, el silencio se vuelve su escudo. Callan, se ausentan, desaparecen.


Lo más alarmante es que han aprendido el arte de simular empatía. Hablan de “inversión social”, “sostenibilidad”, “equidad”, pero esos conceptos son para ellos adornos discursivos, no compromisos vividos. En realidad, están sumergidos en una lógica mercantil de la moral: solo actúan si hay beneficio, si el balance les resulta favorable. Y cuando por algún motivo se ven forzados a “ayudar”, lo hacen desde arriba, nunca desde el llano. No entienden o no quieren entender que la solidaridad verdadera no se ejerce con superioridad, sino con humildad.


En este contexto, la figura del mérito personal ha sido pervertida. Ya no se trata de premiar al que lucha con constancia, sino al que logra construir una imagen pública funcional. Las instituciones premian a quienes más hablan, no a quienes más hacen. Las premiaciones se han vuelto actos simbólicos donde se rotan los nombres de siempre, los “intocables”, los “reconocidos de oficio”, mientras los verdaderos protagonistas, aquellos que trabajan en silencio, sin recursos, pero con compromiso siguen invisibles.


Esta distorsión ha calado también en los jóvenes. Muchos ya no aspiran a servir, sino a sobresalir. No quieren transformar su comunidad, sino alcanzar reconocimiento. Ven la filantropía como un escalón, no como un principio. Y es que cuando los referentes fallan, las generaciones que vienen detrás caminan a ciegas.


¿Qué nos queda entonces? ¿Qué puede hacer una ciudad donde su clase dirigente no dirige, donde su liderazgo moral se ha reducido a un espectáculo? Nos queda la resistencia de base, esa que se construye desde los márgenes, desde los barrios olvidados, desde los espacios sin nombre. Nos queda la esperanza en los que aún creen que servir no es una opción, sino un deber; que actuar por otros no es una pose, sino una forma de vida.


San Pedro de Macorís merece más. Merece líderes que no hablen tanto y escuchen más. Que no busquen reflectores, sino causas. Que no vivan para acumular honores, sino para transformar realidades. Que entiendan que el prestigio auténtico no nace del aplauso, sino del sacrificio. Que comprendan que el verdadero mérito no se cuelga en la pared, sino que se cultiva con coherencia.


Si queremos una ciudad distinta, no podemos seguir tolerando esta mascarada elegante pero hueca. Hay que denunciar, sí, pero también construir. Hay que romper con la narrativa del “yo” y recuperar el “nosotros”. Y sobre todo, hay que recordar que la historia no juzga por los discursos, sino por las acciones.


San Pedro de Macorís no necesita más figuras públicas. Necesita servidores sinceros.