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sábado, 28 de junio de 2025

Los Documentales de Cesáreo Silvestre

Trece años despertando conciencia

Desde aquel año 2012, la voz y la mirada de Cesáreo Silvestre se convirtieron en antorchas encendidas frente a la oscuridad de la historia petromacorisana. Con el alma en la mano y la cámara como instrumento de revelación, ha sabido darle rostro, voz y dignidad a todo aquello que el tiempo, la indiferencia y el olvido pretendían enterrar. Su lente no se limita a grabar: redime. Su verbo no narra: despierta.



Las obras de Cesáreo no son reportajes ni archivos. Son plegarias filmadas. Son actos de fe cultural. Testimonios que viajan desde la entraña del pueblo hasta el rincón más íntimo de la conciencia. Cada documental es una semilla de memoria sembrada en la tierra viva del presente. Son palabras con rostro. Imágenes con alma. Instantes que se transforman en eternidad.

Ha ejercido su vocación como el sembrador que, sin esperar recompensa, cultiva en silencio. Sin el más mínimo apoyo económico del Estado, ha seguido caminando con fe. Ha documentado sin descanso, narrando desde los márgenes, iluminando las grietas, elevando lo pequeño, tocando lo invisible.


Rescató las notas de amargue de Marino Pérez y la melancolía poética de Ramón Torres. Dio rostro eterno a las voces silenciadas de Leo Martínez y Luis Manuel Medina, que aún claman desde lo más hondo del silencio. Fue eco fiel del compromiso sindical de José Blanche, y testigo de la serenidad mística de Fray Máximo Rodríguez, sembrador de fe en tierras áridas.

Volvió sus ojos al alma olvidada del municipio Ramón Santana, dignificando su historia tejida de ausencias. Lloró con la tragedia de un evangelista que murió por descuido, y expuso la llaga abierta del aborto adolescente, aún sangrante en el alma de nuestra sociedad. Documentó el vaivén del azúcar, esa industria que endulzó los días y sostuvo la economía con sudor y dignidad. Hizo visible la filantropía firme de Sonia Iris Reyes, capaz de ser ternura con carácter, y exaltó la vocación heroica del coronel Víctor Avelino, cuyo servicio fue entrega hasta el último aliento.

Cada uno de sus títulos ha sido una vela encendida en medio del viento. Una ofrenda a la memoria. Una carta abierta al futuro. Porque cuando un pueblo recoge su alma en imágenes verdaderas, deja de ser recuerdo: se convierte en raíz.
Desde 1993, su pluma escribe con propósito. Desde el 2012, su cámara ha sido espejo, lámpara y testigo de lo que somos. Trece años después, sus documentales y libros siguen siendo faros de conciencia en medio de una niebla cultural que amenaza con adormecer nuestra identidad.

Por eso San Pedro de Macorís no solo recuerda… se honra a sí mismo.
Hoy, mientras da los toques finales a El Refugio de los Dignos, un canto visual a la vida y la dignidad de los envejecientes de la Residencia Geriátrica Dr. Carl Th. Georg, Cesáreo reafirma su vocación con diez nuevas obras en proceso. Cada una dirigida a tocar lo más profundo del tejido social. Donde más duele. Donde más importa.

Su mirada se posa en la realidad desvalida de la niñez.
En la urgencia vital de promover la lactancia materna.
En el esfuerzo silencioso del sordo-mudo dentro de la vida productiva.
En el auge implacable del cáncer y su huella social.
En la necesidad impostergable de cuidar la salud mental.
En las heridas abiertas por el deterioro ambiental.
En las causas profundas de los conflictos en la pareja.
En el grito ignorado de las adicciones.
En la descomposición juvenil y sus raíces ocultas.
Y en la cultura como columna vertebral del desarrollo nacional.

Estas no son simples ideas. Son compromisos. Son promesas.
Promesas de verdad. Promesas de justicia. Promesas de memoria.
Pero… ¿hasta cuándo esta carga de conciencia tendrá que sostenerse sin respaldo institucional? ¿Hasta cuándo el arte testimonial será llevado sobre hombros solitarios? ¿No es deber moral y legal del Estado, y especialmente del Ministerio de Cultura, respaldar con recursos y reconocimiento a quienes elevan la dignidad del pueblo a través del arte?



Mientras exista una cámara que busque lo justo,
una pluma que abrace lo humano,
y un corazón que no se canse de contar lo que otros esconden,
la conciencia no dormirá del todo.


Gracias al trabajo incansable de Cesáreo Silvestre,
San Pedro de Macorís seguirá despertando.
No por nostalgia, sino por identidad.
No por costumbre, sino por justicia.
Una historia a la vez.

Los que gritan, pero no edifican

Por Cesáreo Silvestre Peguero


Actuar con grosería no es solo arrebatar comida en la mesa. Es creerse dueño de todo, exigir lo que no se ha ganado, silenciar al que crece, y aplastar al que brilla. En San Pedro de Macorís, esta actitud se ha adueñado de algunos micrófonos y redacciones, transformando el noble ejercicio de la comunicación en una selva de vanidades y bloqueos.

Un núcleo reducido de comunicadores, arrogantes y aferrados a viejos privilegios, pretende monopolizar el espectro periodístico local. Desde cabinas, pasillos empresariales y espacios públicos, han formado una élite rancia que impone barreras a quienes desean ejercer con ética y vocación.

Muchos talentos locales han emigrado a Santo Domingo o al extranjero, no por falta de capacidad, sino por el sabotaje sistemático de estos “guardianes del aire”, quienes controlan las relaciones públicas de empresas y solo reparten publicidad a sus aliados o a quienes estén dispuestos a pagar comisiones por debajo. No comparten; acaparan. No celebran el ascenso de otros; lo sabotean. No construyen; destruyen.

Han llenado el camino de espinas y de alambres de púas. Ven el talento ajeno como una amenaza. El derecho de los demás a crecer les provoca ira. Son figuras públicas con actitudes de bestias hambrientas, dispuestas a morder la dignidad de los demás por una cuota de poder.

Y lo más triste no es su proceder, sino la pasividad de los buenos. Muchos comunicadores éticos, serios y de principios se mantienen al margen, temerosos o resignados, callando frente a las injusticias. Su silencio es preocupante, su neutralidad, cómplice. Ante un escenario de manipulación y exclusión, callar es renunciar al deber moral de corregir.

Estos seudo periodistas son asesinos de ideales. Su pensamiento es débil, su conducta incoherente, su convicción cambiante. Se han divorciado de los valores que ennoblecen la profesión: la verdad, la honestidad, el respeto y la solidaridad. Han convertido el micrófono en un arma de exclusión, y la pluma en un instrumento de revancha.

Se está perdiendo el pudor. Lo vulgar se normaliza. La difamación se convierte en herramienta de competencia. En este ambiente, la solidaridad no germina. El respeto se desvanece. La colaboración desaparece. Y el periodismo se degrada.

La rivalidad por mezquindad es hoy una triste realidad. Muchos comunicadores, carentes de contenido, ambicionan notoriedad sin mérito, y buscan despertar envidia sin causa. Se aferran al poder no para servir, sino para justificar su permanencia a costa del mérito ajeno.

Jean-François Revel advertía: “Nunca ha sido tan abundante la información… y nunca tanta la ignorancia.” Hoy abundan los “informados” sin profundidad, inflados de una superficialidad que solo sirve para hacer ruido. Se han vuelto plásticos desechables, útiles para el espectáculo, pero sin peso para la historia.

Estos actores del escenario mediático deben hacer introspección. Urge que miren hacia adentro y reconozcan la miseria ética en la que han caído. Que reemplacen su actuar avasallante por una conducta humana, noble, elevada. Que entiendan, como dijo Enrique Rojas, que el hombre es libre porque puede elevarse sobre sus instintos más primarios, y elegir lo mejor, lo noble, lo verdadero.

La libertad no es hacer lo que se quiere, sino aspirar a lo que se debe.

“Muchas veces el éxito de los malos tiene como base la indiferencia de los buenos.” No podemos seguir siendo indiferentes. Es momento de fustigar, de cuestionar, de despertar.

La comunicación no puede seguir siendo un terreno para el odio, sino un espacio para fundar. Porque como dijo José Martí: “Los hombres van en dos bandos: los que aman y fundan, y los que odian y deshacen.”