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martes, 24 de junio de 2025

Cuando la vejez habla… que la comunidad escuche

FUPECONSE

En una sociedad que idolatra la juventud y teme mirar de frente la vejez, un documental Audiovisual sobre los envejecientes no es solo un responsable enfoque  periodístico: es un deber moral, una lámpara encendida en el corazón del olvido. Tal es el propósito de la proyección audiovisual EL REFUGIO DE LOS DIGNOS, producción que trata sobre los envegecientes de la Residencia Geriátrica Doctor Carl Theodore Georg de San Pedro de Macorís, una obra reflexiva e histórica de profundo valor humano.

Este documental no solo revela la cotidianidad de nuestros mayores, sino que interpela la conciencia social: ¿qué hacemos por quienes ya lo dieron todo? ¿Por qué la indiferencia cuando son ellos el cimiento de lo que hoy disfrutamos?

1. Con este trabajo, se reconoce y dignifica la labor silente de quienes, pese a su fragilidad, aún nos dan lecciones de vida.

2. Se trata de despertar un eco en el seno familiar y un mensaje claro a aquellos que, con arrogancia, creen que nunca envejecerán.

3. Esta producción es también una exhortación a las autoridades para que aumenten su respaldo a estas instituciones de amparo. 

4. El documental abre sus puertas a la sociedad, mostrando con transparencia esa gestión, sus desafíos, su razón de ser.

5. Coloca en perspectiva el papel de este asilo como bastión del respeto y del compromiso con los más vulnerables.

6. Atraves de este audiovisual, se visualiza una sensibilidad dormida, casi extinta, hacia ese sector que muchos prefieren no mirar.

7. Y, finalmente, llama a la clase periodística a asumir su rol con altura, más allá del circo de la politiquería y el sensacionalismo.

Este proyecto no cuenta con el respaldo económico que merece. La clase empresarial, muchas veces tan activa en fiestas y campañas políticas, guarda silencio cuando se trata de aportar a obras como esta, que no generan “likes” fáciles ni titulares escandalosos. Se impone la mezquindad, incluso entre colegas que no apoyan lo que no nace de ellos.

Sin embargo, este documental está siendo gestado con sacrificio, ética y compromiso, por el periodista y escritor Cesáreo Silvestre Peguero, quien anombre de su prestigiosa  fundación PERIODISMO CON SENTIDO, asume el periodismo no como espectáculo, sino como ministerio de servicio.

A quienes aún creen en la nobleza de los grandes gestos, les exhortamos a respaldar esta producción. Porque un pueblo que no honra a sus viejos, está cavando su propia ruina. Y porque aún hay quienes, como Cesáreo, creen que informar es también sanar, dignificar y hacer memoria.

Apoyar este trabajo es respaldar la verdad, la sensibilidad, y el legado.

El productor audiovisual aún no ha precisado la fecha del rodaje filmico, pero próximamente se anunciará el día del estreno y el lugar donde se proyectará. https://youtu.be/ajSOYZ9DDvI?si=HlOy_zMkc-QT4dSp 

Contacto WhatsApp 809 517 1807

El morbo, ese verdugo de la verdad


Por Cesáreo Silvestre Peguero


Hay una sed extraña en el alma humana. No es la del conocimiento que edifica, ni la del pensamiento que ilumina, sino la del espectáculo que devora. En tiempos donde la información viaja más rápido que la conciencia, el morbo se ha hecho rey. Y reina sin pudor, sin freno, sin decoro.

El periodista que alguna vez fue centinela de la verdad, hoy muchas veces cede su pluma al sensacionalismo, vende titulares teñidos de sangre, y se arrodilla ante el altar de la audiencia fácil. El morbo informativo no es nuevo, pero su auge actual alarma: ha mutado en virus de alto alcance, camuflado entre la libertad de expresión y el derecho al entretenimiento.

Se prefiere mostrar el cuerpo inerte antes que el alma valiente. Se privilegia el escándalo de la farándula sobre el sacrificio del maestro rural. Las cámaras se apresuran a enfocar la lágrima, no la causa. La tragedia se convierte en “contenido viral”; el dolor ajeno, en mercancía desechable.

¿Dónde quedaron las historias que exalten la decencia, el esfuerzo honesto, la ternura silente de una madre soltera o la dignidad del que trabaja bajo el sol? ¿Acaso esas verdades ya no venden? ¿O es que hemos sido programados para rechazar lo que nos redime y abrazar lo que nos contamina?

Hay que decirlo sin temor: el morbo es el opio moderno. Entorpece la razón, anestesia la compasión, y acostumbra al ojo a ver sin ver, a mirar sin sentir. Nos hace consumidores pasivos de miserias ajenas, como si el alma no doliera.

El periodismo es el arte de buscar la verdad y ponerla sobre la mesa del pueblo. Esta hermosa labor no nació para prostituirse ante el morbo, sino para dignificar la realidad. No se alimenta de escándalos, sino de justicia. No se arrodilla ante los clics, sino ante la conciencia.

Es hora de resistir.

De escribir menos sobre cadáveres y más sobre los vivos que resisten con dignidad. De reportar menos sobre infidelidades de famosos y más sobre actos anónimos de amor. De entender que no todo lo que capta el lente merece ser publicado.

Porque no todo lo que se ve, edifica.

Y porque el verdadero periodismo no apunta hacia lo bajo, sino hacia lo alto. La ética es esencial en el quehacer periodístico. Cuando se ausenta el buen criterio la bajeza sobreabunda.

EL PODER DE LA CORTESÍA.


Por Cesáreo Silvestre Peguero 


La cortesía no es apenas un adorno del alma: es una flor que brota del corazón noble, un gesto que no se compra ni se finge. Quien es cortés no simplemente cumple con normas sociales, sino que ofrece un espejo de su interior: limpio, sereno, dispuesto a sembrar paz. En un mundo que a menudo se viste de prisa y de aspereza, ser cortés es como ofrecer sombra al caminante, agua al sediento o silencio al alma cansada.

Ser cortés no es debilidad; es dominio. Es tener fuerza para ceder el paso, sabiduría para no alzar la voz, virtud para escuchar. La cortesía no reclama protagonismo, pero siempre deja huella. Se recuerda un saludo amable, una palabra a tiempo, una mirada sin juicio, un “gracias” que no pide nada más. Es el idioma del alma educada, esa que aún sabe distinguir entre lo urgente y lo importante.

En cada acto cortés hay un soplo de gracia. Como la brisa que no se ve pero refresca, así es la cortesía: invisible muchas veces, pero determinante. Con ella se abren puertas, se suavizan tensiones, se elevan los encuentros humanos a un plano más alto. No necesita escenarios ni luces; basta un corazón dispuesto. Y quien la practica, sin buscarlo, se convierte en faro.

En la familia, la cortesía sostiene los puentes del cariño cotidiano. Un “por favor” al hijo, un “permiso” al cónyuge, un “disculpa” al padre, son ladrillos de convivencia que edifican respeto. Sin cortesía, la casa se convierte en campo de órdenes; con ella, en templo de afecto. Y cuando se practica desde la niñez, florece luego en todas las relaciones humanas.

También en lo público, la cortesía es luz. En el mercado, en la escuela, en la calle, en el templo, en la oficina. Una sociedad cortés se reconoce por su armonía silenciosa. El chofer que cede el paso, el joven que saluda al anciano, el funcionario que escucha con paciencia. No hay decreto que imponga la cortesía, porque brota del alma convencida de que cada prójimo merece dignidad.

Pero no olvidemos que la fuente verdadera de la cortesía está en Dios. El que ha sido alcanzado por Su gracia no puede tratar al otro con desdén. Como dice Romano capítulo 12, verso 10: “Amaos los unos a los otros con amor fraternal; en cuanto a honra, prefiriéndoos los unos a los otros”. Esa es la raíz: el respeto nace del amor, y la cortesía es su primera flor.

Hoy, más que nunca, necesitamos rescatar la cortesía como un acto de rebeldía noble. En medio del ruido, del orgullo y del ego, seamos corteses como Jesús lo fue: manso, atento, firme pero dulce. Que nuestras palabras lleven paz, nuestros gestos consuelen, y nuestra presencia no hiera. Porque el alma que es cortés honra a su Creador, honra a su prójimo… y se honra a sí misma.

La mujer que no se encuentra a sí misma


Por Cesáreo Silvestre Peguero 


En los corredores de la patria, donde las palmas se mecen al compás del trópico, camina la mujer dominicana con la frente alta… pero con el alma a menudo doblada. Lleva tacones de independencia, pero arrastra cadenas invisibles. Aunque trabaje, estudie, emprenda y conquiste espacios, muchas veces su identidad sigue colgada en el perchero del hombre que ama, como si fuera espejo de otro y no luz propia.

El problema no es su capacidad, sino el espejismo que nubla su valor. A falta de una autoestima robusta, muchas construyen castillos sobre la arena movediza de la validación ajena. Se miran con los ojos del que las acepta, no con la certeza de quienes son. Y así, aun siendo profesionales o madres admirables, su voz interior apenas murmura lo que debiera gritar con dignidad: “yo soy suficiente”.

La raíz es más profunda que la costumbre. Desde niñas, se les enseñó a complacer, no a descubrirse. A servir, no a liderar. A “conseguir marido”, no a amarse sin condiciones. Por eso muchas adultas sienten que el hombre es su eje… y sin él, se desorientan. No por falta de amor, sino por ausencia de sí mismas. Hay una sed de aprobación que ni el más dulce amor humano puede saciar.

Lo trágico no es depender emocionalmente, sino hacerlo con los ojos vendados. Algunas soportan engaños, desprecios, gritos y cadenas emocionales, creyendo que sin ese hombre su mundo se desmorona. Y aunque sus bolsillos estén llenos, su alma se siente vacía, porque no han aprendido a sentarse a la mesa de la vida sin necesitar el permiso de nadie para servirse respeto.

La verdadera liberación no está en gritar autonomía ni en rebelarse sin dirección. Está en reconocerse valiosa aunque nadie lo diga. En sanar heridas con el bálsamo del amor propio. En entender que su identidad no la define un apellido ajeno, sino el propósito eterno con que Dios la tejió en el vientre. Como dice el romano capítulo 8, verso 16: “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios”. ¡Y si hijas del Altísimo, qué dignidad más alta necesitan!

Mujer dominicana, no basta con vestir seguridad si en tu interior dudas de tu valor. No permitas que la necesidad de compañía te robe la dignidad del alma. Amar no es desaparecer en el otro, sino caminar al lado sabiendo que tú también eres camino. Descúbrete, conócete, elévate. No para competir, sino para cumplir tu llamado. La sociedad necesita tu esencia, no tu sumisión.

Y a ti, que crías hijas, no les enseñes solo a cocinar, estudiar o comportarse. Enséñales a amarse, a pensarse, a saberse únicas. Enséñales a mirar al cielo con gratitud y al espejo con respeto. Porque la mujer que se valora no mendiga amor… comparte lo que ya lleva dentro. Y esa mujer, cuando ama, no depende: edifica.

No eres su dueño… solo su compañero


Por Cesáreo Silvestre Peguero 


Hay hombres que aún caminan con cadenas invisibles en las manos,

que no aman… controlan.

Que no protegen… limitan.

Y que confunden el amor con obediencia ciega,

como si la mujer les debiera servidumbre en lugar de respeto.

Creen que ella les pertenece,

como se posee un objeto, una prenda o un secreto.

No toleran que conserve amistades,

que mantenga contacto con un amigo de la infancia,

mientras ellos sí se otorgan licencias que niegan a su compañera.

Se creen justos, y no lo son.

Se creen varones, y solo están jugando al déspota con traje de pareja.

Una mujer no es propiedad privada.

Tiene nombre, historia y alma.

No es esclava emocional,

ni sombra muda de un hombre temeroso.

Es complemento, no posesión.

Es ayuda idónea, no trofeo domesticado.

No se trata de que sea desafiante,

sino de que conserve su dignidad.

La sumisión no es humillación,

ni el amor un permiso condicionado.

Porque si ella calla por miedo y no por respeto,

entonces tú no la amas… la oprimes.

Hombre, mírate.

El control no es señal de fortaleza,

es prueba de tu inseguridad interna.

No la amas cuando le impides respirar.

No la cuidas cuando le marcas territorio.

No eres fuerte cuando gritas, dudas, o prohíbes.

La verdadera hombría se manifiesta en el dominio propio,

no en el dominio ajeno.

No te hizo Dios para ser carcelero,

te hizo para amar con justicia y templanza.

Te hizo para edificarla, no para aplastarla.

Para cuidarla como vaso más frágil, no para romperla con tus celos.

No tomes el lugar de Dios en su vida,

porque ni siquiera Dios obliga a nadie a amarle por la fuerza.

Si alguna vez pensaste que su libertad te ofende,

revisa tus propias heridas.

No es ella quien debe curarte,

eres tú quien debe madurar.

La mujer no es tuya.

Está contigo porque te eligió,

no porque te debe obediencia absoluta.

Y el día que entres en razón,

comprenderás que el amor sano no encadena,

sino que libera.