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jueves, 28 de agosto de 2025

Fragmentos de un legado cultural herido

Por Cesáreo Silvestre Peguero


San Pedro de Macorís, tierra donde el azúcar levantó imperios y donde las olas del Caribe trajeron consigo danzas, cantos y acentos
diversos, vive hoy una paradoja dolorosa. Su gloria cultural se cita con nostalgia, pero su presente se desangra en silencios y desencuentros.
Han surgido aquí y allá brotes literarios, fogonazos de arte que anuncian la posibilidad de un movimiento, pero nunca el movimiento literario que organice y dé cuerpo a las voces dispersas. La fragmentación persiste, los egos se levantan como murallas, y en lugar de abrazarnos en la diversidad, nos hemos segregado en islas culturales que apenas se miran entre sí.

A esta herida se suma la inoperancia del ministerio que lleva en su nombre la palabra cultura, pero que en sus hechos la reduce a consigna partidista. Para recibir apoyo, hay que militar en comités de base, someter la vocación creadora a las reglas del oficialismo. Se vive así en un mar de criterios ausentes, donde lo que debiera ser promoción y estímulo se convierte en exclusión y desdén.

Nos hemos acostumbrado a mirar hacia atrás, a enorgullecernos del esplendor que una vez fue, a repetir con halago las hazañas de los que nos precedieron. Pero en el presente, poco se hace para que las semillas del arte florezcan en los jóvenes, para que el espíritu colectivo vuelva a ser raíz y sostén.

San Pedro de Macorís no necesita un museo de nostalgias, sino un renacer. Requiere unificar sus voces, rescatar su identidad múltiple y ofrecerla como canto vivo, no como reliquia polvorienta. Porque la cultura no es un recuerdo, es un pulso que debe latir en la sangre del pueblo.

CUANDO ESCRIBIR ES SEMBRAR LEGADO

Por Cesáreo Silvestre Peguero


Se ha dicho y la historia recoge esa sentencia como una brújula existencial que el ser humano, para cumplir con su misión en la tierra, debe engendrar un hijo, plantar un árbol y escribir un libro. La frase, atribuida con frecuencia al poeta cubano José Martí, no es una
simple metáfora, sino un llamado profundo a trascender más allá de lo efímero. Tener un hijo significa prolongar la vida en la sangre y en la enseñanza; sembrar un árbol es dejar sombra y fruto para el porvenir; escribir un libro es regalar pensamiento y memoria a quienes aún no han nacido.


Muchos, movidos por esa intuición, se lanzan a escribir. Algunos lo hacen para dejar constancia de un recuerdo íntimo; otros, para competir con publicaciones ajenas sin mayor propósito que la vanidad. Están también los que llenan un vacío personal, buscando en las letras un espejo que mitigue su soledad. Pero hay quienes y entre ellos me cuento. Escribo con la humilde aspiración de aportar, de ofrecer palabra y experiencia como soporte a otros, sin pretensión, sin ruido, solo con la fe de que el conocimiento compartido ilumina.

Hoy me encuentro en el tránsito de la diagramación de tres nuevas obras. Son manuales y materiales de consulta, concebidos con fines prácticos y al mismo tiempo con un trasfondo de conciencia social.

El primero aborda las vicisitudes de los periodistas independientes: cómo se nos niega la posibilidad de acceder a los anuncios estatales por no plegarnos a banderas políticas, y cómo la ética, en medio de esa precariedad, sigue siendo el baluarte del oficio. En él me permito un análisis fruto de mi propio recorrido, iniciado el 26 de julio de 1991, y formalizado en el 1993, cuando estudié periodismo en el Instituto Dominicano de Periodista IDP en Santo Domingo.

El segundo libro examina el rol pobre y deslucido de los gremios periodísticos, llamados a renovarse y a ser faro para la nueva generación que se levanta. Porque un gremio sin norte, sin ejemplo y sin principios, no edifica; solo arrastra en su caída a quienes buscan orientación.
El tercero ofrece pautas y orientaciones para la producción de documentales audiovisuales. Allí destaco la importancia de este género periodístico como vía para rescatar la memoria, proyectar la historia y dignificar los aportes culturales que de otro modo podrían quedar en el silencio del olvido.

Estos libros no nacen de la moda, ni de la vanidad, sino del compromiso. Son semillas que, como árboles plantados en terreno fértil, buscan dar fruto para las futuras generaciones. Son como hijos nacidos de la palabra, que llevarán en sus páginas la huella de una vida consagrada al periodismo, no por conveniencia, sino por convicción.