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Perfil del Autor: periodista y escritor Cesáreo Silvestre Peguero

EL DOCUMENTAL COMO MEMORIA Y VOZ Cesáreo Silvestre Peguero es un investigador, periodista y escritor dominicano cuya...

sábado, 9 de agosto de 2025

Voces silenciadas en la casa del pueblo

Por Cesáreo Silvestre Peguero

San Pedro de Macorís, República Dominicana

Participar en La Semanal con la Prensa, ese espacio encabezado cada lunes por el presidente Luis Abinader, no garantiza el derecho real a

interpelar al mandatario.

La escenografía es abierta, el discurso es democrático, pero el micrófono no es plural. La oportunidad de formular preguntas no es de todos…

Y peor aún: no se advierte participación significativa de comunicadores provenientes de las provincias.

Es legítimo esperar que quienes pregunten lo hagan con criterio, sin complacencias innecesarias. Pero rara vez se observa a un periodista cuestionar con firmeza desde una óptica distinta al oficialismo. Parecería que disentir es pecado, y cuestionar, un privilegio reservado.

En una República que se honra de ser libre, la disidencia debe florecer sin miedo.

No hablo de caos, hablo de voces con derecho, de miradas distintas que también construyen nación.

Confieso que me gustaría estar ahí, en ese encuentro con el presidente.

No por vanidad, sino por convicción.

Quisiera interpelar sobre mi Región Este, sobre lo que se esconde entre cañaverales, barrios invisibles y esperanzas que se desvanecen.

Pero eso parece imposible.

No soy adepto al partido oficialista, ni a ningún otro.

No sigo líneas.

No entrego mi voz.

Soy independiente.

Y trato de ser objetivo, aunque eso incomode.

Si en verdad se pensara en las provincias, no se limitaría el derecho a preguntar a un grupo de comunicadores de la capital, ni se repetirían rostros en un círculo que parece cerrado.

La palabra no puede ser monopolio.

La prensa no puede ser selectiva.

El pueblo no sólo vive en el Distrito Nacional.

Los gremios periodísticos del interior deberían exigir participación equitativa. Pero eso también parece lejano.

En demasiadas ocasiones, sus dirigentes han emergido del apadrinamiento de gobiernos que siempre han buscado controlar tanto al Colegio Dominicano de Periodistas como al Sindicato Nacional de Trabajadores de la Prensa.

Y así, bajo ese control, se reprime la crítica.

La gran prensa ha sido amordazada por todos los gobiernos.

No se honra al deber de cuestionar: se prefiere la comodidad de ser complacido.

Muchos prefieren la dádiva al deber.

Callan para recibir.

Asienten para no perder el patrocinio.

Y así, la prensa se convierte en cómplice silenciosa de lo que no se dice.

Aquí, en San Pedro de Macorís, si un comunicador no es parte del comité de base del partido oficialista, queda excluido de los anuncios del Estado.

Su medio, su página, su programa... no merecen ser tomados en cuenta.

Durante el pasado gobierno, los anuncios de INDOTEL llegaban sólo a medios afines.

Hoy, lo mismo ocurre con las promociones del Seguro BanReservas.

Es la misma práctica con distinto color.

¿Se está siendo excluyente?

Sin duda.

Después que un partido llega al poder, debería elevarse por encima de los favoritismos.

Las instituciones públicas no son propiedad de ningún partido.

Son de todos.

Y todos tenemos el mismo derecho de acceso a la comunicación, al espacio institucional, al trato justo.

Ojalá algo cambie.

Ojalá surja un movimiento periodístico con dignidad, sin genuflexiones, sin miedo, sin interés que lo silencie.

Un movimiento que reclame respeto para las voces del interior, para los medios que informan sin apadrinamiento, para los periodistas que todavía creen en la verdad.

Porque el sol debe alumbrar parejo.

Y la casa del pueblo no puede seguir cerrada a las voces del pueblo.

"San Pedro bajo las aguas del abandono"

Por Cesáreo Silvestre Peguero 


San Pedro de Macorís, tierra de historia y dignidad, se está pudriendo por dentro…

Y no es metáfora: es el hedor real de un sistema cloacal colapsado, que deja fluir aguas residuales como sentencia contra la  salud, contra el respeto a la ciudadanía.

Por sus calles no circula el progreso, sino corrientes contaminadas que arrastran la paciencia de un pueblo maltratado.

Esas aguas sucias no solo manchan el suelo; manchan la conciencia de los que, teniendo el deber de actuar, optaron por mirar hacia otro lado.

No es lluvia lo que inunda los barrios. Es la negligencia.

No es el tiempo lo que deteriora las calles. Es la indiferencia criminal de quienes gobiernan sin alma, sin empatía, sin compromiso.

¿Dónde están los que juraron servir?

¿Dónde están los funcionarios que se pavonean en campañas y ahora se esconden detrás de escritorios fríos?

Cada desborde es una afrenta.

Cada zanja llena de líquidos contaminados es un grito de auxilio.

Y cada silencio institucional es una complicidad que duele más que el barro.

San Pedro se ahoga en su propia desidia, y no hay cortina política que tape esta vergüenza.

Aquí no hay colores partidarios.

Aquí lo que hay es un pueblo respirando pestilencia, caminando entre enfermedades, viendo cómo sus niños crecen entre charcos de riesgo, mientras las autoridades juegan al olvido.

Hoy decimos basta.

Basta de discursos vacíos.

Basta de notas de prensa sin acciones.

Basta de dejar morir lentamente a una ciudad que lo ha dado todo por la historia del país.

Exigimos sin titubeos ni adornos al Gobierno Central, al Ayuntamiento Municipal, al Ministerio de Obras Públicas, a INAPA y a todas las instancias responsables:

Actúen con urgencia. Inviertan con dignidad. Limpien, construyan, reparen, mantengan.

No esperen otra tragedia sanitaria para reaccionar. No crucen los brazos mientras se derrama el alma de un pueblo por sus propias cloacas rotas.

Porque la contaminación no tiene ideología.

Porque la salud no puede esperar.

Y porque ningún funcionario podrá decir que no sabía…

cuando la peste ya se convirtió en el himno de nuestras calles.

“Del Gremio al Laberinto: el Colegio sin Norte” Cuando la división entierra la esencia y la ambición silencia la voz

Por Cesáreo Silvestre Peguero 


 El Colegio Dominicano de Periodistas, concebido como escudo de la verdad y voz colectiva de los profesionales de la comunicación, ha devenido en un laberinto de egos, intereses y luchas mezquinas.   Ya no se discute por principios, sino por cuotas de poder; ya no se alza la voz por causas, sino por cargos.

La unidad, que debió ser columna vertebral de su historia, yace quebrada.

Cada quien habla su propio idioma, arma su propia trinchera, y alimenta su propio círculo…

Mientras tanto, la esencia del gremio se diluye, se ahoga, se va perdiendo como tinta en el agua.

La ética, que debió ser brújula inquebrantable, ha sido arrinconada por la diplomacia del silencio.

Y el Colegio, en vez de ser bastión moral de la nación, se ha vuelto un escenario de desencuentros estériles y gestiones sin alma.

No se trata solo de quienes usurpan el oficio con títulos comprados, sino de quienes, teniendo los títulos, han dejado de ejercer la responsabilidad moral que lo acompaña.

No es solo la economía la que hace tambalear esta institución…

Es el corazón dividido, la visión fragmentada, el olvido del propósito.

Se ha perdido el sentido de cuerpo, de causa, de comunidad.

Y cuando un gremio se fractura por dentro, deja de ser referente para la sociedad.

El Colegio no morirá por falta de fondos, sino por falta de propósito.

Y no resucitará con elecciones ni discursos, sino con arrepentimiento, renovación y carácter.

Solo si volvemos a la unidad, al respeto mutuo y a la pasión por la verdad, podremos devolverle sentido a esta casa común.

Porque sin norte, cualquier camino es caos.

Y sin unidad, el periodista se convierte en eco sin fuerza, en voz que no construye…

En gremio que no trasciende.

¿Y dónde quedó la dignidad de los locutores?

Por Cesáreo Silvestre Peguero

San Pedro de Macorís, ese rincón que ha parido voces con alma de pueblo, acaba de presenciar una escena lamentable, indigna, y cargada de sombras. En el seno de la Asociación de Locutores, donde debió prevalecer el respeto, la decencia y la ética, se ha firmado sin tinta, pero con maniobras una de las páginas más vergonzosas de su historia reciente.

¿A qué altura puede llegar la ambición disfrazada de liderazgo? ¿Cuándo se volvió costumbre que los estatutos se doblen como ramas verdes al viento de conveniencia? ¿Qué autoridad moral les queda a quienes mutilan la democracia interna para prolongar su estancia en el poder como si se tratase de una herencia familiar? ¿Quién les dio licencia para jugar con la inteligencia y la paciencia de hombres y mujeres que han dedicado sus vidas a comunicar con dignidad?

El despotismo, viejo y maloliente como un ropaje desechado por los pueblos libres, se ha vestido de modernidad en la figura de un presidente que ha confundido representación con imposición. El nepotismo, primo hermano del abuso, ha extendido su manto sobre la recién celebrada asamblea, donde la voz de la conciencia fue callada con el látigo del quórum fabricado.

Nos convocaron con el disfraz de propuestas, pero en realidad solo querían testigos para su teatro. Nos llevaron como ovejas al matadero, sin permitirnos siquiera el derecho a levantar la voz.

Quienes se prestaron a este juego sucio, ¿duermen en paz? ¿Saben que la historia guarda registros silenciosos pero imborrables? ¿Qué le diremos a las nuevas generaciones de locutores cuando pregunten qué hicimos por defender la transparencia?

Es doloroso ver cómo algunos han hipotecado su conciencia por una cuota de poder momentáneo. Han confundido los micrófonos con cetros, y las asambleas con trincheras de oportunismo. Qué bajo han caído. Qué triste espectáculo nos han ofrecido los que, ayer, parecían dignos de admiración.

No se trata de rencor. Se trata de dignidad. De la necesidad imperiosa de no quedarnos callados cuando el derecho se convierte en capricho, cuando la ética es sustituida por el cálculo, y cuando los cargos se aferran como parásitos al cuerpo institucional.

A quienes violaron la confianza colectiva, les deseo que el gobierno los premie… si es eso lo que buscan. Pero que el pueblo, y en especial la conciencia gremial, los repudie con la memoria y la verdad.

Porque la voz que se respeta, no es la más fuerte, sino la más limpia.

Los muros invisibles de los derechos humanos

Por Cesáreo Silvestre Peguero


República Dominicana parece haberse convertido en el país con más comisiones de derechos humanos por kilómetro cuadrado, y sin embargo, paradójicamente, también en uno de los más sordos ante el clamor del pueblo. La noble causa de proteger la dignidad humana se ha fraccionado en silos, donde muchas de esas entidades que un día se levantaron como vigías de la justicia hoy operan como fortalezas cerradas, alejadas del alma popular, y temerosas de dejar que nuevos vientos oxigenen su misión.

Hay, según recuentos recientes, más de trece comisiones y organizaciones de derechos humanos actuando de manera paralela en nuestro suelo. Algunas llevan nombres resonantes, otras caminan en la sombra, pero muchas comparten una preocupante similitud: el hermetismo.

¿Qué sentido tiene multiplicar las siglas, si no se multiplica el compromiso? ¿Para qué sumar nombres y estructuras, si se resta transparencia y vocación? ¿A quién sirven estas entidades si no abren sus puertas a la juventud, a los barrios, a la voz indignada de los olvidados?

Cuestionar no es atacar, es despertar. Interpelar no es destruir, es intentar salvar lo que se desvía. La crítica sana es parte del oxígeno institucional. Y hoy, con tono solemne pero sin miramientos, se hace necesario llamar a una reflexión seria: ¿Estamos cuidando los derechos humanos o simplemente administrando su imagen?

¿Estamos renovando las directivas, o eternizando los liderazgos en tronos invisibles?

¿Estamos abriendo espacio al relevo, o temiendo que la sangre nueva revele las grietas?

La lucha por la dignidad del ser humano no puede ser propiedad privada, ni bastión cerrado, ni escenario para egos enclaustrados. Se trata de una cruzada ética, de servicio constante, de vigilancia sin horarios ni conveniencias.

Los pueblos no se redimen con siglas… sino con almas comprometidas.

Que las organizaciones de derechos humanos vuelvan a ser puentes, no muros. Que sus oficinas huelan a pueblo, no a olvido. Que las renovaciones no sean un tabú. Que sus líderes escuchen, integren, abran… antes que el tiempo los cierre.