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sábado, 6 de diciembre de 2025

La Paradoja de la Indiferencia y el Cáncer del Ego

Por Cesáreo Silvestre Peguero

​A los suyos vino y lo suyo no le recibieron. (Juan 1:11)
​El ser humano, desde el albor de la historia, arrastra consigo la sombra de su propia ruina: una insensatez ancestral y una mezquindad que el tiempo no ha sabido purgar. No es un mal que acecha en la distancia, sino el cáncer que corroe el círculo íntimo.
​La herida más profunda no la inflige el adversario, sino la mano amiga, el rostro familiar. La indiferencia se convierte en un muro infranqueable, especialmente ante los proyectos y las iniciativas que buscan la grandeza. Es el deber de la familia y de los verdaderos amigos ser el primer pilar de apoyo, pues es ahí donde reside el potencial de crecimiento y elevación mutua. ¡Y qué oprobio, qué paradoja lacerante! En el momento vital de la siembra, son los extraños sin vínculo, movidos solo por el mérito y la visión, quienes terminan ofreciendo el bálsamo y el cimiento del respaldo. Es vergonzoso que el ajeno crea más en nuestro potencial que nuestra propia sangre. A esta traición por omisión se suman aquellos que militan en la fe, alzándose también con el muro de la indiferencia. Es una traición doblemente grave, al prójimo y al fundamento mismo de su doctrina, visible tanto dentro de sus iglesias como en la sociedad en general.
​En las grietas de este proceder moral germinan la ponzoña de la envidia, la aridez de la mezquindad, y la rebeldía estéril contra la grandeza de un hermano. Estos vicios son los enemigos jurados del crecimiento colectivo y el respaldo. A ellos se suman la cobardía de espíritu y el peso muerto de un rancio egocentrismo que pudre la voluntad de apoyo.
​La envidia no es un defecto; es un crimen contra la hermandad. ¡Basta de complacencia! No hay redención en la bajeza ni honor en la mediocridad. Urge un despertar contundente, una superación radical de esta ceguera moral que nos deshumaniza.
​Si usted es de los pocos que sostiene, su deber no culmina en su acción: es su obligación moral exigir al indiferente que despierte y actúe. Reprendamos con firmeza a quien arrastra el lastre del ego. Y esta noble obra de apoyo y sostén no es solo para el presente; es el legado irrenunciable que debemos cincelar en el carácter de nuestros hijos, para que ellos sí hereden una cultura de grandeza y respaldo mutuo.

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