MÁRIAM MARTÍNEZ-BASCUÑÁN
En su última columna, la politóloga Máriam Martínez-Bascuñán advierte sobre un fenómeno inquietante: la expansión de un “autoritarismo sin rostro” que se disfraza de normalidad democrática. A partir del caso de Jimmy Kimmel y de la denuncia contra Judith Butler, señala cómo decisiones aparentemente libres o administrativas responden, en realidad, al miedo anticipatorio. Retoma la noción de la mente cautiva de Czesław Miłosz para explicar cómo la autocensura se instala sin necesidad de coerción directa. Según Martínez-Bascuñán, el peligro radica en que instituciones y ciudadanos actúan como cómplices activos de este mecanismo invisible.
Nadie ordenó censurar a Jimmy Kimmel. ABC tomó una “decisión editorial independiente”: suspender su programa tras sus bromas sobre el asesinato de Charlie Kirk. No hubo decreto presidencial ni censor oficial. A la Comisión Federal de Comunicaciones le bastó mencionar los “remedios disponibles” para contenidos problemáticos y se siguió la lógica empresarial. Todo muy normal, muy democrático, muy libre. Nadie ordenó tampoco a la Universidad de Berkeley enviar el nombre de Judith Butler a las autoridades federales. La Oficina para la Prevención del Acoso siguió “procedimientos estándar” al transmitir una denuncia de “presunto antisemitismo” nunca investigada. Butler recibió una carta diciéndole que su nombre figuraba en una lista federal. Solo procedimientos administrativos rutinarios. Bienvenidos al autoritarismo sin rostro.
En los cincuenta, el poeta polaco Czesław Miłosz observó cómo los intelectuales se autocensuraban sin coerción directa del régimen soviético, ajustando su comportamiento antes de que el Gobierno interviniese. El temor transformó su mundo interior condicionando sus palabras y silencios. Lo llamó “la mente cautiva.”
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