Por Cesáreo Silvestre Peguero
algomasquenoticias@gmail.com
El ser humano es, ante todo, lo que hace.
Sus actos son el reflejo que lo define, y en ellos se mide su grandeza o su miseria.
En mi caso, no pretendo ser distinto a los demás comunicadores; si algo me separa, es mi decisión de responder a la voz serena de la conciencia, antes que al bullicio de la aprobación ajena.
Mis escritos no buscan llenar vacíos, sino encender luces.
Hablo para instruir, para educar, para despertar conciencias que yacen dormidas entre la comodidad y la costumbre.
Sé cuánta corrupción moral sacude el universo periodístico,y cuán fácil es perder el rumbo entre intereses y favores.
Son pocos los colegas que conservan decoro y pensamiento propio;
la mayoría se somete al dictado de otros,
vende su voz al mejor postor, y con ello pierde toda autoridad e independencia.
No acostumbro hablar en primera persona,
pero esta vez lo hago por deber de conciencia.
Algunos me llamarán arrogante; otros, soñador.
Me es indiferente.
No me rigen las monedas, sino los principios; no me mueve la conveniencia, sino la verdad.
La doble moral camina entre los gremios con paso altivo y apariencia de virtud.
Muchos se agrupan no por convicción, sino por sentirse parte de un clan que luce vacío,
sin alma ni propósito.
Yo pertenezco a esos gremios, sí, pero con la certeza de que son estructuras inertes,
vacías de vida moral y sin voluntad de dignificar el oficio.
No reniego del periodismo: lo honro.
Mientras tenga voz, escribiré para que vuelva a ser lámpara que ilumine, y no negocio que oscurezca.
Para que recobre su esencia de servicio,
y deje de ser servidumbre de intereses.
Porque sólo quien obedece a su conciencia
puede decir que sirve al pueblo… y a Dios.
(Romano capítulo catorce, verso 12)
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