Por Cesáreo Silvestre Peguero
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Muchas veces es preferible un régimen dictatorial abierto, que una democracia condicionada al amparo de un manejo caprichoso y carente de moral. El Estado democrático de una nación no es sino el respeto irrestricto a la institucionalidad.
Si el Congreso es el contrapeso de un gobierno central, la Sala presidida por el señor Felipe De Los Santos, debe ser el dique que contenga al Síndico. En San Pedro de Macorís, sin embargo, nuestro alcalde actúa como un déspota coronado, desacata las resoluciones que él mismo permite aprobar. ¿De qué sirve este órgano fiscalizador si la voluntad de sus Regidores es sistemáticamente ignorada por el Sindico Raymundo Ortiz?
En tal escenario de abierta desobediencia, la disolución de esta Sala se vuelve un imperativo moral y económico. Que la población de San Pedro de Macorís se beneficie en servicios de la suma malgastada en pagar a 17 Regidores la de una suma abultada mensual, que asciende a millones que se evaporan anualmente, aparte de las dietas y combustibles que sufraga la municipalidad.
He aquí la lección: la concentración del poder hegemónico en una sola bandera política como ocurre con el partido oficialista (el llamado PRM) en el Senado, la Cámara de Diputados y los Cabildos solo engendra esta clase de soberbia institucional. La hegemonía es el veneno de la democracia.
La oposición está forzada a dejar la indolencia, a unificar su músculo político y a asumir su rol como verdadera alternativa electoral.
Pero la carga mayor recae sobre la sociedad viva organizada. Las iglesias no pueden ser templos silenciosos; su púlpito debe ser tribuna de denuncia y guía moral.
Hago un llamado a las iglesias, a los clubes sociales, a las juntas de vecinos, y a la sociedad civil en su sentido más amplio: es hora de dejar atrás la conciencia mendicante que vende su futuro por migajas y la pasividad. El voto no es un trueque de pesitos, es el depósito sagrado de nuestra dignidad.
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