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La inteligencia artificial (IA) está entrando de lleno en escuelas y universidades de todo el mundo. Estudiantes la usan para investigar, redactar ensayos o resolver problemas de matemáticas. Profesores y ministerios, por su parte, buscan aprovecharla como aliada pedagógica. El entusiasmo convive con la preocupación: ¿qué pasa con el placer de aprender? ¿Se resiente el pensamiento crítico al delegar parte del esfuerzo intelectual en una máquina? la facilidades que ofrece la tecnología frente a las contrariedades éticas.
En Francia, el Ministerio de Educación publicó en junio el Marco para el Uso de la IA en la Educación y ya ofrece microformaciones en línea. Un paso modesto comparado con Estados Unidos, China o el Reino Unido, donde la digitalización educativa avanza con rapidez.
En Inglaterra, varias escuelas experimentan con la IA en el aula. En la primaria Willowdown, en Somerset, los alumnos escriben ensayos que luego se transforman en imágenes generadas por IA. “De repente, tienen un montón de imágenes a partir de sus descripciones, y luego pueden comentarlas entre ellos y ver si esa era la imagen que esperaban crear en los lectores”, explica su director, Matt Cave, en The Guardian.
Según él, este “nuevo tipo de público” estimula ideas y fomenta la colaboración, aunque admite que no ignoran los riesgos: “Se los recordamos constantemente a los niños. Van a necesitar estas herramientas toda su vida”.
El caso más radical se encuentra en Austin, Texas. Allí, la escuela privada Alpha dedica solo dos horas al día a materias tradicionales con software de IA. El resto del tiempo, los estudiantes trabajan con un “coach” adulto en habilidades como oratoria o finanzas. “He visto el futuro”, proclamó su cofundadora, MacKenzie Price.
Pero la presidenta de la Federación Americana de Maestros, Randi Weingarten, advierte en The New York Times: “Cuando tienes una escuela que se basa estrictamente en la IA, se viola un precepto fundamental del quehacer humano y de la educación: la necesidad de relacionarse con otros seres humanos”.
En China, la IA se utiliza desde la primaria. Durante el verano, muchos estudiantes recurrieron al chatbot DeepSeek para resolver tareas. El diario Jingji Guancha Bao alerta sobre el riesgo de dependencia: “Siempre debemos pedirle [al niño] primero que intente resolver los problemas por sí mismo (…) en última instancia, siempre es el ser humano quien decide”.
El debate, recogido en la prensa europea por Die Zeit, apunta a una cuestión de fondo: “¿Qué sucede cuando las personas optimizan sus capacidades intelectuales externalizando su pensamiento a las máquinas siempre que es posible? ¿Se pierden entonces a sí mismas?”.
Lo cierto es que la IA promete personalizar el aprendizaje y liberar tiempo de los docentes para atender lo emocional, pero también plantea dilemas serios sobre autonomía, creatividad y desigualdad.
El futuro educativo parece inevitablemente ligado a estas herramientas aunque parece necesario avanzar en un marco regulatorio de estas prácticas.
La inteligencia artificial (IA) está entrando de lleno en escuelas y universidades de todo el mundo. Estudiantes la usan para investigar, redactar ensayos o resolver problemas de matemáticas. Profesores y ministerios, por su parte, buscan aprovecharla como aliada pedagógica. El entusiasmo convive con la preocupación: ¿qué pasa con el placer de aprender? ¿Se resiente el pensamiento crítico al delegar parte del esfuerzo intelectual en una máquina? la facilidades que ofrece la tecnología frente a las contrariedades éticas.
En Francia, el Ministerio de Educación publicó en junio el Marco para el Uso de la IA en la Educación y ya ofrece microformaciones en línea. Un paso modesto comparado con Estados Unidos, China o el Reino Unido, donde la digitalización educativa avanza con rapidez.
En Inglaterra, varias escuelas experimentan con la IA en el aula. En la primaria Willowdown, en Somerset, los alumnos escriben ensayos que luego se transforman en imágenes generadas por IA. “De repente, tienen un montón de imágenes a partir de sus descripciones, y luego pueden comentarlas entre ellos y ver si esa era la imagen que esperaban crear en los lectores”, explica su director, Matt Cave, en The Guardian.
Según él, este “nuevo tipo de público” estimula ideas y fomenta la colaboración, aunque admite que no ignoran los riesgos: “Se los recordamos constantemente a los niños. Van a necesitar estas herramientas toda su vida”.
El caso más radical se encuentra en Austin, Texas. Allí, la escuela privada Alpha dedica solo dos horas al día a materias tradicionales con software de IA. El resto del tiempo, los estudiantes trabajan con un “coach” adulto en habilidades como oratoria o finanzas. “He visto el futuro”, proclamó su cofundadora, MacKenzie Price.
Pero la presidenta de la Federación Americana de Maestros, Randi Weingarten, advierte en The New York Times: “Cuando tienes una escuela que se basa estrictamente en la IA, se viola un precepto fundamental del quehacer humano y de la educación: la necesidad de relacionarse con otros seres humanos”.
En China, la IA se utiliza desde la primaria. Durante el verano, muchos estudiantes recurrieron al chatbot DeepSeek para resolver tareas. El diario Jingji Guancha Bao alerta sobre el riesgo de dependencia: “Siempre debemos pedirle [al niño] primero que intente resolver los problemas por sí mismo (…) en última instancia, siempre es el ser humano quien decide”.
El debate, recogido en la prensa europea por Die Zeit, apunta a una cuestión de fondo: “¿Qué sucede cuando las personas optimizan sus capacidades intelectuales externalizando su pensamiento a las máquinas siempre que es posible? ¿Se pierden entonces a sí mismas?”.
Lo cierto es que la IA promete personalizar el aprendizaje y liberar tiempo de los docentes para atender lo emocional, pero también plantea dilemas serios sobre autonomía, creatividad y desigualdad.
El futuro educativo parece inevitablemente ligado a estas herramientas aunque parece necesario avanzar en un marco regulatorio de estas prácticas.

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