Por Cesáreo Silvestre Peguero
¿Cómo podría olvidar a quienes me ayudaron a formar,?
si en sus aulas forjé el honroso arte de informar.
la época en que labré mi nitidez.
Una etapa única, cargada de emoción,
donde el verbo se hizo fuego y convicción.
Recuerdo a don Salvador Pittaluga Nivar,
periodista y abogado, maestro sin par.
Fundador del IDP, el
primero y mentor,
un intelectual de palabra y gran valor.
Altagracia Salazar, implacable y altruista,
me enseñó que el deber sagrado del periodista
no es buscar aplausos ni fugaz notoriedad,
sino ser un templo de la verdad.
Lipe Collado, hombre de código y rectitud,
con su ética de acero y su actitud,
cinceló huellas hondas en mi formación,
y dejó un legado eterno en la comunicación.
Adriano de la Cruz, voz de equilibrio y faro de razón,
hablaba de respeto, de trato y de unión.
Nos enseñó que el diálogo más puro y sincero
hace del periodista un ser verdadero.
Mario Lebrón Sabiñón, maestro ejemplar,
hizo de la gramática un arte sin igual.
Con paciencia y nobleza supo inculcar:
que escribir bien… también es un acto de servir.
Ellos fueron pilares del gran saber,
guías que nos instruyeron a comprender
que el periodismo, más que una fría profesión,
es sangre, entrega y ardiente vocación.
Hoy, cuando muchos traicionan su ideal,
su ejemplo sigue siendo nuestro faro moral.
Y mientras el oficio parece caer en el abismo,
yo sigo firme y luchando por amor al periodismo.
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