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Perfil del Autor: periodista y escritor Cesáreo Silvestre Peguero

EL DOCUMENTAL COMO MEMORIA Y VOZ Cesáreo Silvestre Peguero es un investigador, periodista y escritor dominicano cuya...

viernes, 17 de octubre de 2025

LIBERTAD DE EXPRESIÓN

Por Cesáreo Silvestre Peguero

​Sin reservas ni paliativos, el concepto sagrado de libertad de expresión y difusión del pensamiento es, en el marco de la llamada democracia, un cuento bien contado. Es el mito fundacional de un sistema, repetido por mera conveniencia y adornado con falsos aplausos, cuya única función real es enmascarar la estructura moderna de control. Con base en la experiencia y con las cicatrices que atestiguan esta lucha, afirmo que este principio no es más que un sofisma: la careta elegante del poder que simula tolerancia mientras ahoga la voz crítica.
​La supuesta difusión libre del pensamiento es la primera falacia que se derrumba al tocar la realidad del periodismo fiscalizador. He comprobado que el comunicador que fustiga la corrupción es inevitablemente condenado al ostracismo. El verdadero castigo al disenso ya no se ejecuta con la censura directa ni la prisión; opera mediante la negación calculada, demostrando que la libertad de expresión solo existe hasta que se convierte en una verdad incómoda.
​La exclusión es la nueva prisión del periodismo. A la prensa incómoda se le niega el sustento vital: se le cierran las puertas de la publicidad institucional, se le cancelan convenios y se le margina del debate público bajo el frío e irrefutable argumento del "presupuesto". Esta táctica es un mecanismo de control perfecto: simula transparencia mientras castiga la autonomía, revelando el poder económico como el verdadero censor de la difusión.
​Si la libertad de expresión fuera real, no existiría la flagrante disparidad entre la prensa libre y la prensa servil. En el polo opuesto están los administradores del sofisma: lacayos disfrazados de comunicadores que venden su conciencia al mejor postor a cambio de los favores del Estado. Su labor no es el periodismo, sino la simple administración de halagos y la repetición de libretos, corrompiendo la nobleza del oficio bajo el manto de la "libertad".
​Así se ha redefinido la condena a la verdad: no se somete con barrotes, sino con el hambre; no se oprime con la censura explícita, sino con la exclusión sistemática. El objetivo final es la domesticación del periodista: doblegar su voluntad con la presión económica y el miedo político. Se busca imponer el silencio sin que el poder asuma el coste de ser tildado de tirano, probando que la difusión solo es libre si es inofensiva.
​Sin embargo, esta estrategia de control económico está destinada al fracaso, pues la palabra nacida de la conciencia jamás perece. La verdad, aunque sea negada y marginada, se impone con la irrefutable fuerza del amanecer. El poder puede intentar silenciar las bocas y retirar los anuncios, pero jamás podrá erradicar el pensamiento crítico ni el indeclinable deber ético de informar.
​Mientras exista un solo periodista que se atreva a escribir sin pedir permiso, que sostenga su voz con dignidad ante el chantaje y que priorice su conciencia sobre el presupuesto, la libertad de expresión seguirá viva en el acto de la resistencia. Su existencia será una réplica a cada sofisma, demostrando que la ética del oficio es la última e inexpugnable trinchera contra el poder, y que el "cuento" de la libertad solo se vuelve realidad cuando se lucha por ella.

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