Por Cesáreo Silvestre Peguero
Hay ausencias que no dejan migajas, sino una cicatriz en el alma colectiva. La sombra persistente de Narciso González, el periodista y profesor universitario, es una partida física que se hizo, paradójicamente, imborrable.
Es una afrenta al Estado de Derecho que, tres décadas después, el abismo de este crimen siga abierto. La verdad ha sido represada por manos oscuras. La sociedad viva tiene el deber de alzar la voz, pues es el reclamo de una nación para que la dignidad ciudadana jamás se desvanezca en el aire, liberando a familias y amigos de la ansiedad perpetua de la injusticia.
Narciso González fue un puente entre la academia y la barricada, un hombre cuya vida era una cátedra de ética y una permanente rebeldía. Fue el crítico acérrimo que, con la ironía punzante de su pluma, se negó a arrodillarse. Su lucidez implacable al denunciar el fraude y a los militares fue el detonante. El 26 de mayo de 1994, la luz se apagó: el silencio cómplice y un vehículo oficial confirmaron el crimen estatal.
El Laberinto de la Impunidad,
la no-resolución del caso radica en la negligencia manifiesta de la investigación policial. Las teorías oscilan entre la certeza de la desaparición forzada (validada por la CIDH en 2012) y las hipótesis alternativas.
La policía cerró el expediente sin acusación, ignorando el mandato de la justicia.
Nunca se interrogó a los altos funcionarios y jefes militares que Narciso había señalado directamente.
La posibilidad de un suicidio o ausencia voluntaria, mencionada por su profundo cuadro depresivo, se enfrenta al hecho irrefutable de la no aparición del cadáver, un silencio que solo el poder puede imponer.
La sentencia de la CIDH de 2012 puso nombre al verdugo el Estado dominicano pero la impunidad es el epitafio en el ámbito local.
Luz Altagracia Ramírez Tatis ("Tatis") y sus cuatro hijos son la custodia de la memoria. Su incesante batalla ante el tribunal continental es un faro moral. El grito de Tatis de que "la justicia es cuando se haga aquí" nos recuerda que la verdad internacional no sustituye el deber nacional.
La no-resolución del caso Narcisazo es una advertencia sombría de que los fantasmas de la dictadura aún rondan las instituciones. Reclamar su verdad es sellar la promesa democrática, honrando al hombre completo al héroe y al vulnerable para que la desaparición forzada jamás sea un capítulo impune de nuestra historia.
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