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miércoles, 12 de noviembre de 2025
🍕 Honrado más, no leal.
¡Qué paradoja hilvana el destino en la caja de cartón!
Donde la masa prometía sustento, encontró el alma una prueba de fuego.
Fueron honrados, sí, ante el oro fugaz que tentaba la sombra del bolsillo. Su virtud brilló, inmaculada y fuerte, al devolver lo ajeno. Un acto noble que merecía el aplauso, la luz de los focos, el eco de la prensa.
Pero la virtud, oh, la virtud, a veces es un diamante pulido en un marco de arcilla. El mismo impulso que los llevó a la decencia les negó la gloria. El miedo a la verdad, a ese otro pacto el sagrado, el silente, les cortó la voz.
La coherencia debe dictar la manera de exhibirnos, más allá de lo que decimos.
Se cuenta de un hombre que se presentó con una dama a comprar una pizza a una pizzería. Al pagarla, el hombre y la mujer decidieron no degustar la misma enfermedad comercial en donde la habían comprado. Ambos prefirieron llevársela a otro lugar. Al llegar a
su destino, pudieron notar que la caja de la pizza en lugar de pizza estaba llena de dinero, lo que parecía indicar que los dueños del negocio guardaban el dinero en esa caja.Al la pareja encontrarse con esa sorpresa, decidieron regresar al negocio y devolver ese dinero.
El dueño del negocio, impresionado, pidió a los empleados llamar a la prensa para que se presentaran allí a grabar este gesto tan generoso de esta pareja, pero ellos desistieron la propuesta ya que, de aceptarla, se expondrían a ser identificados por sus parejas, pues ambos eran casados y estaban siendo infieles.
Ambos fueron honrados, pero no leales.
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domingo, 2 de noviembre de 2025
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sábado, 1 de noviembre de 2025
Legado de Cesáreo Silvestre
Brújula Interior
martes, 28 de octubre de 2025
Voluntad y Camino
Cómo reconocer la envidia y evitar que nos dañe
La psicóloga Patricia Fernández Martín reflexiona sobre esta emoción y cómo identificarla, recordando que, aunque mal vista, “es algo universal” y que reconocerla no nos hace peores, sino más conscientes.
En su consulta escucha frases que todos podríamos haber pronunciado alguna vez: “Siento que solo seré feliz si tengo pareja como el resto de mis amigas… Creo que lo que tiene el otro es mejor que lo que tengo yo”, explica para El País.
Palabras que, según Fernández Martín, condensan un sentimiento tan humano como incómodo: desear lo que otros tienen y sufrir por ello.
La envidia, explica, no distingue de géneros ni de clases. Es “transversal y universal”, pero la cultura la ha moldeado de manera desigual. La crítica literaria Marina Porras Martí, citada por Fernández Martín, sostiene que el imaginario occidental ha tendido a asociar la envidia femenina con la belleza y el amor, mientras que la masculina se vincula con el poder y la ambición.
“Eso simplifica y carga a las mujeres”, recuerda la autora, en una sociedad donde los cánones culturales siguen ejerciendo presión sobre sus cuerpos, sus afectos y su éxito.
Desde una mirada evolutiva, la envidia fue incluso una herramienta de supervivencia: impulsó la competencia y el deseo de mejorar. Pero hoy, en un mundo saturado de comparaciones —en redes sociales, en el trabajo, en la vida cotidiana—, ese impulso puede volverse tóxico. Fernández Martín señala la diferencia clave entre la envidia sana, que inspira superación, y la insana, que “se alimenta de la frustración y puede derivar en resentimiento, dolor y hostilidad”. La neurociencia, recuerda, ha demostrado que este sentimiento activa en el cerebro las mismas áreas relacionadas con el dolor físico. No es una metáfora: la envidia duele de verdad.
El artículo también apunta a sus raíces más profundas. La psiquiatra infantil Marina Romero sugiere que la envidia puede ser el eco de “heridas de la infancia”, fruto de carencias emocionales o falta de validación. Quien aprendió que solo recibiría amor cumpliendo expectativas ajenas puede pasar la vida mirando más hacia el otro que hacia sí mismo. De ahí que el trabajo terapéutico sea una herramienta para romper el círculo, “romper la vergüenza de hablarlo” y transformar ese sentimiento en comprensión y autoconocimiento.
La columnista recoge también las ideas de Melanie Klein, pionera del psicoanálisis, quien en Envidia y gratitud (1957) explicaba que este proceso de reconocimiento puede convertir la envidia destructiva en una vía de crecimiento interior. Porque lo contrario de envidiar no es la indiferencia, sino la gratitud: aceptar que lo que somos y tenemos también tiene valor.
La cultura popular sigue explorando este tema. La serie Envidiosa (Netflix) retrata a una mujer de casi cuarenta años que se compara con sus amigas casadas y con hijos. En esa competencia silenciosa —tan moderna y tan antigua— se refleja el mandato social de “tenerlo todo” y la frustración que genera no alcanzar esos estándares. Fernández Martín observa que este tipo de narrativas “invitan a repensar prioridades, a distinguir entre los deseos propios y los impuestos”.
La envidia, vista así, no es solo una debilidad moral, sino un espejo. Puede indicar lo que anhelamos, o revelar las heridas que aún no sanaron. Puede ser brújula o prisión. En palabras de Fernández Martín, “conviene saber identificarla, analizar de dónde procede y cómo se ha generado”. Si se lee como una señal de lo que quisiéramos alcanzar, puede inspirar. Si se reprime, nos destruye.
Redacción
En Positivo
Aprender de los errores
Atrapados en el error en la infelicidad. Es importante tomar consciencia que la intimidad tiene riesgos que afectan; un hijo no planeado cambia el proyecto de vida.
Hoy en día con las redes sociales se ha multiplicado la extorsión, el fraude. Con el deseo de incrementar sus ganancias les ofrecen altos intereses por su dinero. Los envuelven con pequeños depósitos y les regresan la ganancia de inmediato, el ingenuo sigue el juego y despierta en su cerebro el área bioquímica de la recompensa como en la ludopatía. Atrapados en el juego, finalmente el depósito es elevado y de inmediato desaparecen. No hay manera de recuperar. No solo es la pérdida de su dinero es la frustración, el coraje, la vergüenza y la culpa, no aceptan que cometieron un error por ambición. He tenido varios en mi consulta les queda una gran herida al ego.
Para aprender. Soy mi propio libro, me reescribo, me subrayo, me agrego páginas, me arranco otras que duelen, pero dejo en blanco la última página.
Rosa Chávez Cárdenas
Colaboradora EP
Psicóloga, Homeópata, Terapeuta Fam. y Escritora