Por Cesáreo Silvestre Peguero
El temor al rechazo es una cadena forjada por la ambición de la aprobación ajena, el más banal de los pánicos que asedia el alma. Aspirar a ser el eco de la expectativa del otro es un craso error existencial. Quien consume su vida en el arte de complacer, de moldearse al antojo de miradas externas, solo se garantiza un destino: la íntima e irreparable insatisfacción. Es la condena de aquel infeliz que exhibe su vacío, maquillado con la sonrisa ajena.
Las circunstancias de la vida no forjaron un capricho, sino una necesidad: la de crear una coraza inexpugnable. Hoy, los dardos lanzados por la mediocridad se perciben como un susurro de algodón; su impacto es nulo sobre el espíritu firme. Si la autenticidad, esta esencia que algunos tildan de narcisismo o arrogancia, es la fuente de mis frutos más preciados, ¿por qué habría de traicionar mi ser para aliviar el capricho o el prejuicio ajeno?
Hemos de estar preparados para la crítica y el rechazo, pues son la inevitable sombra de quien se niega a ser manipulado. Esta verdad rige en el santuario del amor, en el pacto de la amistad, y en el vasto teatro de la sociedad.
Mi talante es cortés por naturaleza inherente, no por estrategia de aceptación. Pero esta cortesía nunca ha de ser confundida con la búsqueda de un beneplácito. La profunda lección es esta: jamás podremos gobernar el prejuicio ni el capricho del otro. Por ello, es una futilidad trágica desvelarse por la opinión que nace del juicio fácil.
Mi verdad es mi mayoría. Dios y mi conciencia son el círculo íntimo; lo demás es el vasto e incontrolable eco. No me conmueve que este manifiesto despierte la etiqueta de arrogancia. Es el destino de todo aquel que se alza en su propia verticalidad: agradar a unos y ser anatema para otros. Ni siquiera el Maestro de Galilea pudo complacer a todos, y su legado fue la verdad misma.
Mi fortuna no reside en la extensión de mi círculo, sino en la profundidad de mi esencia. Siempre he honrado el valor cualitativo por encima de la tiranía cuantitativa. Por ello, mi aprecio y admiración se concentran en lo poco, pero de calidad: un círculo de amigos, escasos, sí, pero dignos.
Pido al silencio de mi alma nunca cambiar esta esencia.
Gracias por leer esta entrega del ser que se niega a doblegarse.
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