Por Cesáreo Silvestre Peguero
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La libertad es uno de los dones más sublimes que Dios concedió al ser humano.
Sin embargo, hay quienes, por diversas circunstancias, la han perdido físicamente y viven tras los muros fríos de un centro penitenciario.
Pero también existe una multitud que camina por las calles, respira el aire y sonríe... y no obstante, está cautiva.
Cautiva de sí misma.
De sus miedos, de su silencio, de su dependencia al juicio ajeno.
Son prisioneros de su propia mente, de sus compromisos con el interés, de las dádivas que compraron su conciencia y les robaron la voz.
Por eso digo que hay presos encerrados que viven en libertad interior,
y hombres supuestamente libres que caminan enclaustrados dentro de las celdas invisibles de sus pensamientos.
Existen quienes son esclavos de los vicios, de la ambición, del orgullo, de la mentira…
y aun teniendo el mundo por delante, no saben lo que es sentirse libres.
La verdadera celda no está delimitada por el acero y el cemento, sino por la frontera del miedo que el espíritu se niega a cruzar. La libertad no es la ausencia de barrotes externos, sino la soberanía incondicional de la conciencia para elegir su propósito y su amor, incluso cuando la carne está encadenada. Solo el esclavo de sus propios vicios o de la opinión ajena conoce la perfecta prisión, pues el libre, aunque esté encerrado en una roca, proyecta su espíritu al infinito, hallando en el servicio y la fe el único espacio que el universo no puede confinar.
El Alma que el Hierro No Puede Aprisionar
Aun así, es cierto que el encierro físico puede traer desánimo, dolor y desesperanza. Pero es en esa oscuridad donde la verdad de la libertad interior brilla con más fuerza.
Pensemos en Nelson Mandela, que pasó 27 años en prisión por la justicia y la dignidad de su pueblo. Aunque su cuerpo estaba encerrado en Robben Island, su espíritu se mantuvo libre, enfocado en el perdón y en la visión de una nación unida. Su mente no fue prisionera; él eligió forjar su conciencia desde la celda.
O recordemos a Viktor Frankl, psiquiatra y sobreviviente del Holocausto. Desde los campos de concentración, él atestiguó que, incluso cuando a un hombre se le despojaba de todo, quedaba una última libertad: la de elegir la actitud personal ante cualquier conjunto de circunstancias. El alma que descansa en una causa superior, o en Cristo, aunque esté entre barrotes, conoce una libertad que el hierro no puede aprisionar.
El libro de Hebreos, capítulo trece, verso tres, nos manda en verbo imperativo y espíritu solidario a visitar a los presos,
“como si nosotros mismos estuviésemos presos con ellos”.
Es un mandato divino que pocos cumplen.
Muchos prefieren teorizar sobre doctrinas o debatir teologías de guerra,
olvidando que Jesús no fue un sustantivo... fue verbo.
Verbo de acción, de entrega, de misericordia.
Como bien lo recuerda el cantautor *Ricardo Arjona:* Jesús *es verbo, no sustantivo.*
Y es acción lo que falta en quienes se esconden tras los templos, olvidando el dolor de los hombres y mujeres que viven sin esperanza.
Hagamos, pues, un alto en el camino.
Que nuestras palabras se transformen en hechos que rompan la celda de nuestro egoísmo.
Que la libertad que proclamamos no sea solo un discurso, sino una llama viva que libere, consuele y transforme. Que esa llama se extienda al apoyar la reinserción y el cuidado de las familias que esperan, cumpliendo el verdadero "verbo" de la fe.
Porque solo es verdaderamente libre aquel que sirve con amor…
y que en Cristo encuentra su razón de ser.
A Él sea la gloria, porque donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad
(2da Corintios, capítulo 3, verso 17).
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