Por Cesáreo Silvestre Peguero
Hay silencios que se visten de forma, velando la espontaneidad, esa luz pura que se capta en el instante estelar. Pero el propósito aquí nos llama a la verdad desnuda, a la forma natural del amor.
La madre de mi hijo, la educadora, Licenciada Enerita Rambalde, y quien os suscribe, en aquel tiempo inefable... 7 años después, esta imagen no es solo un recuerdo, sino un faro, un tesoro atesorado junto a nuestro hijo Raydel en su infancia. Es la viva estampa de un amor compartido en el tiempo, un instante capturado con su mamá, que ahora se convierte en una invitación a que toda madre ofrezca el primer sol a su hijo.
Que no pese el mito, la sombra vana. El cuerpo es templo de la vida, y su arquitectura se moldea no por el acto de amamantar, sino por el vasto milagro de la gestación. Así lo revela la ciencia: las marcas del amor no provienen del seno que da, sino del vientre que acoge.
La lactancia es la misión sagrada, el primer poema del recién nacido. Es el río más dulce y natural de nutrición, inmunidad y consuelo que fluye hacia el ser que amanece. En este abrazo líquido, el bebé no solo encuentra sustento, sino el hilo de oro que teje un lazo inquebrantable y eterno con su madre.
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