Cuando la Vida Nos Regala Canas

Por Cesáreo Silvestre Peguero

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​Si del cielo te caen limones, aprende a hacer limonada. Este refrán, tan sencillo como profundo, nos recuerda que debemos abrazar con determinación las etapas naturales de la vida. Hay estaciones inevitables, y somos sabios cuando aprendemos a vivirlas sin queja.

Entre esas realidades que llegan sin pedir permiso están las canas: esas pequeñas luces plateadas que comienzan a bordar nuestros cabellos. No deberían amargarnos; al contrario, deben ser maestras. Sin embargo, muchos se obsesionan con cubrirlas, esclavizándose a tintes, pelucas o a la ilusión de una juventud eterna que se escurre entre los dedos.

​Las canas aparecen cuando la melanina (el pigmento que da color al cabello) disminuye con el tiempo. Es lo natural. También pueden surgir temprano por herencia, falta de vitamina B12 o por el peso del estrés. Pero, independientemente de su origen, no deben verse como vergüenza, sino como un testimonio de vida.

​Cada hebra blanca es una hoja escrita por los años; es memoria, es vivencia, es sabiduría tejida en silencio. Son la evidencia de que hemos caminado, aprendido, amado y seguido de pie. ¿Por qué ocultarlas como deshonra, cuando son medallas que el tiempo nos entrega con dignidad?

​Aceptemos las canas con la frente en alto, como quien abraza un capítulo hermoso de su historia. Recibirlas es honrar a Dios por el privilegio de envejecer, porque no todos llegan a este escenario de la vida. Quien camina con humildad entiende que la juventud adorna, pero la madurez engrandece.

​"Las canas no son un defecto del tiempo, sino la prueba tangible de que hemos superado las estaciones difíciles. Ellas representan el momento en que dejamos de medir el valor de la vida por la rapidez de la juventud y comenzamos a medirlo por la profundidad de la sabiduría que llevamos en el cabello." -Cesáreo Silvestre Peguero