En una época en la que el bienestar se mide en chequeos, análisis y test genéticos, la
famosa neuróloga irlandesa Suzanne O’Sullivan lanza una advertencia: la medicina contemporánea podría estar enfermándonos con su celo por curar. En su último libro La era del diagnóstico. Cómo la obsesión médica por etiquetar nos está enfermando (Ariel), la especialista en dolencias psicosomáticas propone un examen de conciencia colectivo. Su tesis es tan simple como provocadora: el exceso de diagnósticos puede acabar dañando más que la propia enfermedad.O’Sullivan, que lleva años atendiendo a pacientes cuyos males desafían las pruebas médicas, observa una deriva inquietante. “El objetivo de un diagnóstico es explicar los síntomas del paciente y hacer su vida más fácil”, explica en una reciente entrevista en El País.
“Lo que últimamente veo es cómo a los pacientes se les consigna una etiqueta que no parece llevar hacia nada concreto, solo hacia otra nueva etiqueta”. La obsesión por detectar, clasificar y anticipar ha creado un bucle de ansiedad médica en el que el sufrimiento, paradójicamente, se multiplica.
La autora no denuncia una conspiración, sino una lógica que se ha ido de las manos. “Por supuesto, todo esto surge de una voluntad bienintencionada”, reconoce. Pero la voluntad de ayudar derivó, dice, en una carrera por detectar enfermedades antes incluso de que aparezcan, “hasta el punto de que hemos acabado convirtiendo a personas potencialmente sanas en nuevos pacientes”.
En su libro, O’Sullivan aborda la tentación contemporánea de encontrar explicación biológica a todo. Desde el auge de los test genéticos hasta la popularización del autodiagnóstico en redes sociales, el conocimiento médico se ha democratizado… y distorsionado.
“Somos una sociedad perfeccionista”, señala. “Cuando no logras lo que te están diciendo que deberías lograr si te aplicas en ello, llega un diagnóstico que te permite explicarte a ti mismo tu fracaso”. El diagnóstico, entonces, funciona como consuelo cultural: un modo de dar sentido a la vulnerabilidad.
O’Sullivan no propone ignorar la ciencia, sino devolverle su medida humana. Reivindica la figura del médico generalista, el que mira el conjunto y no solo las partes: “A mi consulta llegan personas con seis o siete etiquetas […]. Los especialistas no se comunican entre ellos, nadie está controlando la foto general de lo que ocurre con el paciente”. La fragmentación del conocimiento médico, dice, ha dejado al enfermo solo frente a su maraña de diagnósticos.
La autora pide algo radical en su sencillez: volver a escuchar. Escuchar el relato del paciente antes que los resultados del laboratorio. Entender que no todo malestar es enfermedad, y que no todo sufrimiento necesita un nombre.
SUZANNE O’SULLIVAN
Da cuenta de sus experiencias a lo largo de más de dos décadas como especialista en Neurología, primero en el Royal London Hospital y en la actualidad en el National Hospital for Neurology and Neurosurgery. Es una de las mayores expertas en el tratamiento de pacientes con enfermedades psicosomáticas.
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